segunda-feira, 5 de setembro de 2011

VIAJE DE ORFEO AL FIN DEL MUNDO- VIAGEM DE ORFEU AO FIM DO MUNDO







Lo único capaz de vencer a la muerte es el Amor, que eleva la vida hasta lo Ilimitado y Eterno.




O único capaz de vencer á morte é o Amor, que eleva à vida até o Ilimitado e Eterno.

Una narración mítica sobre los misterios transcendentes de la vida.


Uma narração mítica sobre os mistérios transcendentes da vida.

 INDICE
Parte 1- INICIACIONES EN ORIENTE
Parte 1- INICIAÇÕES EM ORIENTE
Parte 2- EL LARGO PERIPLO
Parte 2- O LONGO PERIPLO
Parte 3- INICIACIONES PIRENAICAS
Parte 3-  INICIAÇÕES PIRENAICAS
Parte 4- LA IBERIA INTERIOR
Parte 4- A IBÉRIA INTERIOR
Parte 5- INICIACIONES GALAICAS
Parte 5- INICIAÇÕES GALAICAS
Parte 6- PASAJE AL MÁS ALLÁ
Parte 6- PASSAGEM AO ALÉM
Parte 7- RETORNO DEL CAMINO
Parte 7- RETORNO DO CAMINHO
Parte 8- NOTAS Y GLOSARIO ÓRFICO
Parte 8- NOTAS E GLOSSÁRIO ÓRFICO


"VIAJE DE ORFEO AL FIN DEL MUNDO".


El Viaje de Orfeo al Fin del Mundo es una ficción mítica que transcurre durante el final de la Edad del Bronce y de la Prehistoria, transición del Matriarcado al Patriarcado, más o menos una generación antes de aquella que fue a la Guerra de Troya y que Homero cantó tres o cuatro siglos después.

Este viaje recorre todo el viejo Mundo Mediterráneo, desde su extremo oriental, el del Mar Negro, a donde va Orfeo (desde su Tracia natal, al norte de Grecia, paralelo 42º) en busca del Vellocino de Oro, hasta su extremo occidental, Iberia, el País de los Muertos, que atravesará por el Camino de las Estrellas hasta llegar a Finisterre, buscando la entrada de los Infiernos junto al Océano, para pedirle a Hades que le devuelva a su amada esposa Eurídice, muerta el día de la boda.


DEDICATORIA: A todos los jóvenes de cualquier edad y de cada ciclo, que sean capaces de escuchar y seguir su personal llamado interno a inventar un Mundo Nuevo.
M.C.



LAGUNA DE LOS INFIERNOS
Al poco, lo identificó: era un olor como de carne podrida. Se asomó por la borda y no vio el mar, sino una viscosa niebla burbujeante que parecía rodearles en todo el círculo que el farol iluminaba. La barca estaba como detenida en ella, pues no dejaba estela alguna detrás de sí. Fijándose más, le pareció vislumbrar formas conocidas flotando bajo la niebla. De repente se estremeció, eran cadáveres, muchos cadáveres flotantes y nauseabundos, el navío se encontraba sobre un mar nocturno de cuerpos sin vida a la deriva, de los que se desprendía un tufo cada vez más patente de vapores de descomposición.


Orfeo sintió un agujero en su vientre y un terrible deseo de vomitar sobre la amura, mas algo en su interior le hizo aguantar y contenerse. Se dirigió al barquero, en busca de una explicación, pero en la popa no había nadie, el timón estaba como bloqueado; se encontraba solo, en medio de ninguna parte, rodeado del asco y del horror. La luz del fanal, en lo alto del mástil, comenzó a hacerse más y más mortecina.




Transcurrió un tiempo interminable en el que se sentía como clavado a su banco en la creciente oscuridad, sin saber lo que hacer. Todo en él seguía deseando vomitar, apagar aquella pesadilla, despertar, pero un aviso interno le decía que no debía disolver y perder su energía, sino coagularla y retenerla, aspirarla hacia arriba, elevarla, afirmarse, resistir, olvidar los terrores de su personalidad alineándose y centrándose en lo eterno de su Ser, como habían dicho el “Hombre del Roble” y Donnon.

Al final, recurrió a las fuerzas de su talento, se dijo a sí mismo que todo aquello eran ilusiones de su mente y que no podía dejar que le arrastraran al pánico; así que decidió repoblarla con un mundo de música, para darle luz, ánimo y disciplina.



Haciendo de tripas corazón, rasgueó su lira de modo que brotasen de ella las más alegres escalas de notas, cantó canciones infantiles, tocó las danzas de la molienda y las canciones de fiesta y de boda de los pastores dae su Tracia natal, siguió por himnos animosos de soldados que se dirigen a la guerra llenos de orgullo por las glorias de su país; se irguió y cantó alabanzas a los héroes, en tanto que daba golpes con el pie sobre la cubierta, llevando el compás. Poco a poco fue dominando la náusea y el pánico, cerrando los vacíos en las defensas etéricas de su vientre, por donde la energía se escapaba, elevándola al ser, afirmándose en su propio poder.

Le pareció que su tenaz entusiasmo intensificaba la luz del fanal sobre el mástil y que una leve brisa iba alzando vuelo ante él, disipando el olor de la putrefacción envolvente. Le pareció que el navío se movía suavemente hacia donde suponía el sur, más cuanto más fuerte y con mayor intensidad cantaba. Se vio a sí mismo construyendo su propio camino a base de estrofas, tal como en los días anteriores lo había construído a base de reflexionar sobre las espiras del Laberinto del Fin del Mundo.

Se sintió invadido de valor y fue penetrando en la convicción de que toda la fuerza de la vida humana no era sino un impulso cargado de la esperanza de construir la continuidad progresiva de la experiencia sobre un vacío infinito,ignoto e imprevisible, aunque minimamente moldeable por medio de la voluntad que el ánimo pilota.


Su gana hizo que la nave avanzase y avanzase, que el farol brillase ahora como una estrella de constructiva esperanza y que el mar de cuerpos muertos fuese sustituido por aguas libres, relativamente calmas y amables, sobre las que la barca de Caronte se deslizaba cada vez más veloz.


La proa cortaba la niebla oceánica en su avance, e iba creando a sus costados algo así como un corredor de altos muros de densa bruma, que el fanal iluminaba hasta cierta altura.

Al compás de su canto, aquellos muros o pantallas fantasmales comenzaron a llenarse de tenues imágenes. Primero se vio a sí mismo como en un gran espejo flotando en aquella barca que nadie dirigía, en medio de la noche, de la niebla y de la nada, camino de no se sabe a dónde, pero después comenzaron a entrecruzarse y enlazarse rápidas imágenes en ráfagas: Orfeo recorriendo el laberinto de Donnon, entrando en el país de Gal con los Brigmil, navegando el Gran Verde con Arron o Beleazar.



El bardo se dio cuenta de que el avance del navío al compás de su propia música lo llevaba a contemplar su pasado por ciclos que iban retrocediendo sobre la niebla: con Hércules en Creta, con la pitonisa en Delfos, el enterramiento de Eurídice en el glaciar, la trágica muerte de ella. Su tristeza pareció reducir la velocidad de la navegación, pero volvió a insuflar ánimo a la música y pudo disfrutar de la visión de su amada viva, de sí mismo abrazándola, de su triunfal regreso de la Cólquide.

Siguió viendo reflejadas, cada vez más nítidas y rápidas, escenas intensas y entrañables de los años anteriores: la aventura argonauta, sus viajes iniciáticos, la escuela del centauro Quirón... y, sobre todo, el último de sus encuentros íntimos con Eurídice antes de partir a por el Vellocino de Oro.



"VIAGEM DE ORFEU AO FIM DO MUNDO"


A Viagem ao Fim do Mundo é uma ficção mítica que decorre durante o final da Idade do Bronze e da Prehistoria, transição do Matriarcado ao Patriarcado, mais ou menos uma geração dantes daquela que foi à Guerra de Troya e que Homero cantou três ou quatro séculos depois.

Esta viagem percorre todo o velho Mundo Mediterráneo, desde seu extremo oriental, o do Mar Negro, a onde vai o músico Orfeu (desde sua Tracia natal, país ao norte da Grécia, paralelo 42º) em busca do Vellocino de Ouro, até seu extremo ocidental, Iberia, o País dos Mortos, que atravessará pelo Caminho das Estrelas até chegar a Finisterre, buscando a entrada dos Infernos junto ao Oceano, para lhe pedir a Hades que lhe devolva a sua amada esposa Eurídice, morrida no dia do casamento.


DEDICATÓRIA: A todos os jovens de qualquer idade e de cada ciclo, os que sejarem capazes de escutar e seguir seu personal chamado interno a inventar um Mundo Novo.
  M.C.



LAGOA DOS INFERNOS
Ao pouco, identificou-o: era um fedor como de carne podre. Assomou-se pela borda e não viu o mar, senão um viscoso nevoeiro borbulhante que parecia rodear~lhe em todo o círculo que o farol iluminava. A barca estava como detida nele, pois não deixava rasto algúm por trás de si. Observando melhor, pareceu-lhe vislumbrar formas conhecidas flutuando baixo o nevoeiro. De repente estremeceu-se, elas eram cadáveres, muitos cadáveres flutuantes e noxentos, a nave encontrava-se sobre um mar noturno de corpos sem vida á deriva, dos quais desprendia-se um fedor cada vez mais patente de vapores de descomposição.


Orfeu sentiu um buraco no seu ventre e um terrível desejo de vomitar sobre a amura, mas algo em seu interior fez-lhe agüentar e se conter. Dirigiu-se ao barqueiro, em procura de uma explicação, mas na popa não havia ninguém, o timão estava como bloqueado; encontrava-se só, no meio de nenhuma parte, rodeado do asco e do horror. A luz do fanal, no alto do mastro, começou a fazer-se mais e mais mortecinha.




Decorreu um tempo interminável no que sentia-se como fincado a seu banco na crescente escuridão, sem saber o que fazer. Tudo nele seguia desejando vomitar, apagar aquele pesadelo, acordar, porém, um aviso interno dizia que não devia-se dissolver e perder sua energia, mas coagularla e a reter, aspirá-la para acima, a elevar, afirmar-se, resistir, e esquecer os terrores de sua personalidade se alinhando e centrando no eterno do seu Ser, como tinham dito o “Homem do Carbalho” e Donnon.

Ao final, recorreu às forças de seu talento, disse-se a si mesmo que todo aquilo eram ilusões de sua mente e que não podia deixar que lhe arrastassem ao pânico; assim que decidiu repovoá-la com um mundo de música, para dar-lhe luz, ânimo e disciplina.


Fazendo de tripas coração, rasgueou sua lira de tal jeito que brotassem dela as mais alegres escalas de notas, cantou canções infantis, tocou as danças da molenda e as canções de festa e de casamento dos pastores da suaTrácia natal, seguiu por hinos animosos de soldados que dirigem-se à guerra cheios de orgulho pelas glórias de seu país; ergueu-se e cantou louvores aos heróis, entanto que batía com o pé sobre a coberta, levando o compasso. Aos poucos foi dominando o asco e o pânico, fechando os vazios nas defesas etéricas de seu ventre, por onde a energia se escapava, elevando ao ser, se afirmando em seu próprio poder.

Pareceu-lhe que seu tenaz entusiasmo intensificava a luz do fanal sobre o mastro e que uma leve brisa ia alçando vôo ante ele, dissipando o fedor da putrefação envolvente. Pareceu-lhe que o navio movia-se maciamente para onde supunha o sul, mais quanto mais forte e com maior intensidade cantava. Viu-se a si mesmo construindo seu próprio caminho a base de estrofas, tal como nos dias anteriores tinha-o construído a base de refletir sobre as espiras do Labirinto do Fim do Mundo.


Sentiu-se invadido de valor e foi penetrando na convicção de que toda a força da vida humana não era senão um impulso carregado da esperança de construir a continuidade progressiva da experiência sobre um vazio infinito, ignoto e imprevisível, ainda que minimamente moldeável por médio da vontade que o ânimo pilota.


Sua vontade fez que a nave avançasse e avançasse, que o farol brilhasse agora como uma estrela de construtiva esperança e que o mar de corpos mortos fosse substituído por águas livres, relativamente calmas e amáveis, sobre as que a barca de Caronte deslizava-se cada vez mais velozmente.

A proa cortava o nevoeiro oceánico em seu avanço, e ia criando a seus custados algo assim como um corredor de altos muros de densa bruma, que o fanal iluminava até certa altura.

Ao compasso do seu canto, aqueles muros ou telas fantasmais começaram a encher-se de tênues imagens. Primeiro viu-se a si mesmo como num grande espelho flutuando naquela barca que ninguém dirigia, no meio da noite, do nevoeiro e da nada, caminho de não se sabe aonde, mas depois começaram a entrecruzar-se e se enlaçar rápidas imagens em ráfagas: Orfeu percorrendo o labirinto de Donnon, entrando no país de Gal com os Brigmil, navegando o Grande Verde com Arron ou Beleazar.



O bardo decatou-se de que o avanço do navio ao compasso de sua própria música levava-o a contemplar seu passado por ciclos que iam retrocedendo sobre o nevoeiro: com Hércules em Creta, com a pitonisa em Delfos, o enterramento de Eurídice no glaciar, a trágica morte dela. Sua tristeza pareceu reduzir a velocidade da navegação, mas tornou a insuflar ânimo à música e pôde desfrutar da visão de sua amada viva, de si mesmo abraçando-a, de seu triunfal regresso da Cólquide.

Seguiu vendo refletidas, cada vez mais nítidas e rápidas, cenas intensas e entranháveis dos anos anteriores: a aventura argonauta, suas viagens iniciais, a escola do centauro Quirão... e, sobretudo, o último de seus encontros íntimos com Eurídice antes de partir a pelo Vélado d´Ouro.
.